Al lado de todos los adictos aparece siempre algún familiar o amigo de “buena fe” que creen que asumiendo ciertos comportamientos frente al adicto le ayudan a salir del problema; sin embargo, estos cómplices o coadictos lo que hacen es facilitar que siga consumiendo.
Por eso, a los coadictos se les llama también “propiciadores” o “víctimas”. En realidad, no ayudan: refuerzan. Por ejemplo:
Rosa es compañera de Dani desde hace años. Dani es alcohólico y a menudo se retrasa en sus tareas. Su amiga Rosa “lo salva” terminando las tareas que le quedan pendiente mientras él sigue bebiendo.
Luis es jugador patológico. Su hermano Pedro recibe llamadas de gente peligrosa para que pague cuentas pendientes de Luis. Pedro quiere mucho a Luis e intenta evitarle líos mayores. Pedro le paga sus deudas de juego.
Estos son algunos ejemplos típicos de coadictos o cómplices. Hablamos de personas que sienten mucha ansiedad ante la situación del adicto. Pero debemos tener en cuenta dos cosas:
Su respuesta es generalmente para satisfacer su autonecesidad. Es decir, no son conscientes de ello, pero salvando al adicto de las dificultades no ayudan al adicto, se ayudan a sí mismos.
En el lenguaje psicoanalítico se podría hablar de un mecanismo intrapsíquico de defensa: la “proyección”, un problema de mi “yo” se lo “paso” a la otra persona. En cambio, a lo único que ayudo a la otra persona es a cronificar su situación de dependencia.
Los coadictos no permiten que el adicto sea responsable, que aprenda de sus errores. Si llega tarde el lunes al trabajo, que afronte las consecuencias de su “borrachera” de fin de semana. Si no pagó las deudas de juego, que asuma la responsabilidad y pague la deuda.
Al resolverle los problemas causados por la adicción, estamos dando a entender al adicto que puede estar tranquilo, sin preocupaciones, que siempre tendrá a su “ángel” atento para sacarlo de apuros. Conviene ir cortando estas ayudas y no dejarse llevar por el papel de “víctima de todos” que representa el adicto.
El adicto tiene una gran intuición, sobre todo para estudiar los puntos débiles de sus padres. Cuando uno de los padres comienza a culparse por la adicción del hijo (“mi hijo está así desde el divorcio”, “por mi trabajo no le he dedicado el tiempo suficiente”, etc.), se hacen vulnerables al chantaje. Entonces el adicto le pide dinero o le exige cosas, y a menudo lo acompaña con reproches a sus padres, los cuales acallan su “culpa” satisfaciendo las demandas del adicto.
Ceder a los chantajes es una manera de no afrontar la situación, de no coger el toro por los cuernos, de no poner punto y final a una situación perjudicial para el hijo.
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