Autolesión y adicciones…
¿Sabías que el 27,6% de los adolescentes alguna vez en su vida se ha autolesionado voluntariamente sin intenciones suicidas? Es más, el 8% de ellos lo hace de forma recurrente, usando las uñas, un clip, tijeras, hojas de afeitar o del sacapuntas, cuchillos de cocina o incluso el canto de los folios o la cremallera de los estuches. También recurren a pegarse, morderse, golpearse o incluso quemarse con un mechero.
El daño provocado es una manera rápida y eficaz de disminuir la rabia, la ansiedad, la tristeza o el malestar… Es una forma fallida de autorregulación emocional, cuando el adolescente es víctima de sus propias emociones negativas y no posee herramientas para gestionarlas. El problema es que la persona termina haciéndose dependiente de las autolesiones para manejar sus estados de ánimo, llegando a convertirse en un acto compulsivo.
Pero, ¿por qué puede convertirse en una adicción? Como sabemos, el cerebro se hace adicto a aquello que le aporta una satisfacción inmediata. Por tanto, aquí está la conexión con la adicción: ninguna medicación ofrece una disminución de la ansiedad tan rápida ni una descarga tan potente de endorfinas. Las endorfinas son neurotransmisores que activan los receptores del cerebro productores de placer, bienestar y entumecimiento al dolor. Se trata de un “subidón” similar al de la cocaína, el opio o la metanfetamina. Por eso las autolesiones son adictivas. El famoso pianista británico James Rhodes, que padeció este problema, afirmaba en su libro Instrumental:
Las autolesiones no sólo te colocan, sino que también te permiten expresar el asco que te inspiran el mundo y tu persona, controlar el dolor, disfrutar del ritual, de las endorfinas , de esa violencia sórdida, bestial y ejercida contra uno mismo en privado.
El problema base, evidentemente, no se soluciona y, pocos minutos después, el adolescente vuelve a tener incluso más ansiedad que antes de la autolesión. Esto provoca un bucle de sufrimiento y autolesiones cada vez más peligroso. El cutting no sólo se usará ya como un alivio de pocos segundos, sino como un grito para pedir ayuda: muestra sus heridas creyendo que eso le será útil, porque procura desencadenar una reacción de sobreprotección en sus padres. Es decir, a la descarga inmediata de endorfinas se suma la falsa creencia de la utilidad de ese dolor autoprovocado.
Estos datos, recogidos en la revista Journal of Child Psychology and Psichiatry, aseguran también que los casos se han multiplicado por 10 en los últimos 30 años. Y una consecuencia extrema de esos cortes que aparecen sobre todo en antebrazos, piernas o abdomen es que multiplican por 3 el riesgo de suicidio en el futuro.
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